La desrazada corrida de Jódar y Ruchena, también escasa de fuerzas, imposibilita la emoción en Zalamea. El sevillano Manuel Escribano, que sustituía al lesionado Finito de Córdoba, ha sido el más destacado por ganas y búsqueda del triunfo, premiado con dos orejas. Se justificó Diego Silveti y le vino grande la corrida al cordobés Andrés Luis Dorado.
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Vicente Parra.-
Pareció que la afición zalameña se había olvidado de una persona muy importante en el panorama taurino local de los últimos años, pero, poco antes de comenzar el festejo, apareció una pancarta señalando que la tarde iba por Manolo García, un gran aficionado que se nos fue hace muy poco tiempo.
Pero el homenaje fue paupérrimo por cuanto ni los toros de la familia Valdenebro ni la terna actuante estuvieron al nivel mínimo deseado y el festejo fue transcurriendo con muchas lagunas e impresiciones que ponían de manifiesto muchas carencias.
Finito de Córdoba no compareció y su puesto fue cubierto por Manolo Escribano. El sevillano se encontró con un noble ejemplar que sólo tuvo cara, pero el de Gerena sólo puso de manifiesto sus ganas, tanto al recibir con una larga cambiada a su oponete, al banderillearlo con más voluntad que aciertos y al iniciar su trasteo con pases cambiados. Después se perdió ante un buen toro, al que le dejó una estocada atravesada y caida, y otra desprendida. Le dieron sólo un aviso cuando habían transcurrido quince minutos. En el cuarto, Escribano volvió a recibirlo de hinojos y a banderillearlo antes de un largo trasteo donde los mejores aplausos se lo llevó la Banda Municipal por su interpretación de ‘Nerva’. Al terminar de estocada caída, el animal tardó en caer y, mientras algunos pensaban en la casta del animal, le concedieron las dos orejas a su matador.
A Andrés Luis Dorado le vino muy ancha la corrida. Muy mal auxiliado, el cordobés nunca se encontró a gusto ante sus dos toros, y demasiado hizo con quitárselos de encima con cierta rapidez.
Muy toreado está el mexicano Diego Silveti y ello le permitió estar por encima de su primero, al que mató de pinchazo, estocada y descabello. Pese a ello, la presidencia le concedió una oreja. En el que cerró plaza, sus intentos fueron baldíos y poco a poco se fue dando cuenta de la imposibilidad del triunfo, siendo ovacionado al acabar con su oponente.
Una tarde con muy pocas cosas de interés, por lo que el homenaje a don Manuel quedó en un mero intento. En otra ocasión será y Zalamea sabrá llevarlo a cabo.
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