Análisis en forma y fondo de las Colombinas

Los sucesos de Huelva, otra lectura

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El Juli venció en las Colombinas 2012. (FOTO: Vicente Medero)
El Juli venció en las Colombinas 2012. (FOTO: Vicente Medero)

Ha pasado una semana desde que echó el telón las espectaculares Colombinas 2012 y es momento de realizar un análisis sosegado de lo vivido. Y no sólo en el fondo del análisis de los toreros y los toros, sino en la forma, desde una perspectiva global y si respondió lo vivido a la enorme expecación creada.

Tomás Villegas.-

     Una Feria que en muchas ocasiones sólo tiene en la prensa el reflejo de una escueta reseña de agencias, este año ha llenado páginas y páginas. Unas más críticas, otras menos, que las opiniones son libres. Y una ciudad en fiestas ha vivido unos días intensamente en torno al arte del toreo, incluso entre quienes no tenían ningún interés en conseguir una entrada: era uno de los acontecimientos nucleares del año. A lo mejor se entiende como una pura nostalgia. Pero ahora que ‘se lleva’ menos, da gusto ver como todo un pueblo vibra al unísono en torno a la Fiesta, que a la salida las señoras que toman el fresco en la plaza de Las Monjas te pregunten cómo se ha dado la tarde. De ahí arranca esa otra lectura que puede hacerse de lo vivido en el pasado fin de semana en Huelva.

     Al amparo, sin duda, de los movimientos sociales que levanta el sólo nombre de José Tomás, Huelva ha estado en esta edición colombina de 2012 en el centro de la geografía taurina. No había más que mirar hacia el palco de prensa para comprobarlo. O irse a cualquier restaurante, o buscar habitación en un hotel. Luego resultó, como tantas veces ocurre en este misterioso toreo, que la tarde grande fue la otra. A nuestros efectos, resulta indiferente, porque ambas las dos constituyeron acontecimientos singulares, de los que se hablará por un tiempo.

Búsqueda de lo ‘diferente’

     Visto con la distancia, los sucesos que vivimos en Huelva no pueden catalogarse -si se miran con un punto de objetividad- como una simple anécdota del verano taurino. En el escasamente cómodo coso de La Merced se vivió bastante más que eso.

     Por lo pronto, quedó claro que frente al anuncio de un gran acontecimiento, el público responde. Y en gran número. Si llenando la empresa, como había dicho, ‘empataba’ sus cuentas, el objetivo lo consiguió, desde luego. Cuando se anuncia algo diferente, que va más allá del sota, caballo y rey -que se hace tan frecuente-, la afición responde. De hecho, en este caso, la inmensa mayoría de los ‘tomasistas’ que peregrinaron hasta Huelva para ver a su ídolo se quedó en la ciudad para ver al día siguiente el segundo mano a mano, el de El Juli y Talavante, y muchos al remate ecuestre de Diego Ventura.

     Está claro que, con el nombre del torero de Galapagar o con otro, el personal busca lo excepcional. Estamos cansados de ver cómo carteles de un buen nivel, pero sin la novedad de lo extraordinario, registran una ruinosa media entrada. Y no sólo es por la crisis, también tiene un componente de gustos sociales podríamos decir. A los precios que se han puesto los toros, el personal se reserva para ese casi circense ‘más difícil todavía’, que en el fondo no es más que un poquito de imaginación para ofrecer algo distinto de lo cotidiano. Aquí estuvo en gran medida el acierto de la empresa onubense.

     Pero, sin duda, el nombre de José Tomás añade un plus, sobre todo cuando todo lo que programa es una minimísima temporada de tres tardes sueltas. Ocurrió en Badajoz, ha ocurrido en Huelva y volverá a ocurrir por septiembre en Nimes, que ya hay quien anda buscando las entradas. ¿Que es poco serio eso de reducirlo todo a tres tardes?, como se preguntan algunos. Ni es serio, ni deja de serlo. Es, sencillamente, lo que quiere, o lo que le apetece hacer. En ningún sitio está escrito que el torero venga forzado a matar 40 corridas de toros al año, si lo contratan.

     Tampoco todo es exclusiva política comercial, porque si tal fuera se habría ajustado una decena de tardes, con los mismos resultados de público y tres veces más de ingresos. A lo que se ve es que no que sin fajarse con una campaña en toda regla, lo que quiere es no perder el contacto con el público y con el toro, a la espera de otros tiempos. Y mientras el público se lo permita, en su derecho está.

     ¿Y por qué no esas mismas tres tardes las cumple en sitios como Madrid, Sevilla y Bilbao, por ejemplo? Bien sencillo: porque eso sería dar el salto a una campaña convencional. A estas alturas de la vida, no se sostiene defender que sólo quiere llevarse el dinero fácil y sin grandes compromisos, y por eso elude las plazas de relevancia. Y menos se puede mantener la tesis de que Tomás lo que busca es preservar su ‘misterio’, esa aureola casi mágica que le rodea. Demostrado está que sus partidarios están dispuestos, si fuera necesario, a sacarse aquellos antiguos kilométricos de la Renfe para seguirle de un sitio para otro. Pero el torero quiere ir a su aire, nada más. ¿Que a los aficionados les gustaría otra cosa? Sin duda, pero el que se viste de torero, decide. Así de simple.

Unas Colombinas con fondo real

     El segundo gran tema radica, en el fondo, en discutir si aquello que presenciamos en Huelva era real o nacía más bien de una especie de triunfalismo desenfrenado al socaire de un clima alegremente entusiasta. Por lo pronto, todos los que peregrinamos a Huelva sabíamos de antemano que no íbamos a encontrarnos con ese corridón que con sólo verlo ya impresiona. Ha llovido mucho sobre el actual toreo como para semejante ingenuidad, cuando hasta en Pamplona el toro cambia radicalmente según quienes componen la terna, como se comprobó semanas atrás.

     Tampoco constituye una novedad que en eso que, con un toniquete de minusvaloración, en Madrid denominan las ‘ferias de provincias’, de antemano se suponga que nos vamos a sumergir poco menos que en una marea de fraudes. No siempre ocurre así. Hay sitios en los que se respetan los derechos del toro, aunque éste no sea la punta alta de las camadas que están en el campo.

     Pues bien, sabiendo todo eso, lo que en Huelva había que esperar es que, dentro del trapío que corresponde a una plaza de segunda, el toro fuera digno de tal nombre. Y hay que reconocer, que, salvo alguna excepción, en los dos mano a mano se cumplió; incluso con largos de distancia sobre lo que José Luis Pereda seleccionó para el primer día. Fue, desde luego, el toro que correspondía, pero no constituía una de esas ridiculeces que vemos en tantos sitios sin que se forme tanto revuelo. En este punto, sería negar la evidencia no reconocer que, con todas las matizaciones que se quieran, las figuras tuvieron un respeto hacia lo que se anunciaba.

     Pero, además, vimos cosas importantes, dignas de admiración. No era un espectáculo sólo y exclusivamente para la galería. Quien de verdad siente el arte del toreo, también tuvo momentos para la emoción. Hubo cosas de José Tomás dignas de admiración; tanta como hasta para hacer olvidar lo plasta que se ponen en ocasiones algunos ‘tomasistas’. Morante dejó destellos de su particular y bello sentimiento, como para guardarlos en la memoria. El Juli anduvo sin freno ni marcha atrás, hasta jugándose los muslos con tal de meter en la muleta al toro que no quería ir. Y Talavante, con su discutible concepción, enjaretó las dos mejores series de naturales que hemos visto en toda la Feria.

     La primera tarde hubo más ambiente, taurino y extrataurino. Lo que corresponde a un torero que cuando se anuncia provoca más informaciones acerca de su impacto económico-social en la localidad de turno que de su toreo, si además arrastra una legión de partidarios. La segunda, modestamente dicho, tuvo más sabor. Unos lo achacarán a que El Juli salía decididamente a dejar claro quién es; otros, a que la corrida de Cuvillo tuvo un mejor nivel de colaboracionismo. Sea la causa que fuere, lo cierto es que el segundo mano a mano salió más redondo, hasta para el aficionado nada propenso a dar vuelos al triunfalismo.

     A partir de ahí, si hubo más o menos orejas, para lo que de verdad interesa es prácticamente marginal. Lo relevante es que dos dignas corridas de toros nuclearon y hasta condicionaron la vida de una ciudad en fiestas. ¿Qué más se puede pedir en las actuales circunstancias? Un pueblo que se sentía orgulloso de sus carteles, que sentía como propio todo lo anunciado en el coso de La Merced, aunque a muchos ni se le ocurría pasar por las taquillas: era la Fiesta con mayúscula y era su ciudad.

     En ocasiones, metidos como andamos en un panorama con tantos problemas, olvidamos un poco que la Fiesta cuando no cuenta con ese sentir del pueblo llano, empieza a bajar unos peligrosos escalones. Ejemplos bien cercanos tenemos. Y ahí radica la gran lección que, al menos uno, aprendió en aquel rincón sureño: el calor que el arte del toreo provocaba incluso entre quienes son indiferentes. No había sitio en que no se hablara de toros. Sólo por eso, la experiencia ya ha valido la pena. El mérito de los toreros radicó principalmente en que correspondieron a que tales sentimientos no se vieran defraudados. Fue su triunfo más valioso.

Una observación marginal

     De Huelva sólo traemos un recuerdo menos bueno. Así como da gusto ver toros en La Merced –salvo que le toque a uno delante una columna-, la autoridad municipal o la que corresponda debiera preocuparse en solucionar los problemas graves que tiene de acceso y desalojo. Dos tendidos abarrotados no pueden tener como todo punto de salida un estrecho pasillo, comido en su mitad por un bar, y sin salida alternativa alguna. Es comprensible que la empresa le busque rentabilizar los bajos de la plaza, que acogen bares diversos y hasta una discoteca con el arco iris en su frontis. Pero una cosa es eso y otra las graves deficiencias hasta de seguridad tiene tienen los accesos al tendido. Y esto ya es un tema de las autoridades.


*Publicado en la web taurologia.com

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